jueves, 12 de enero de 2012

Los terrores del año 1000

Esta entrada es un extracto de "Ooparts: desafío a la realidad", un libro del que soy autor y que la editorial Nowtilus pondrá a la venta este mes de febrero. El título lo dice todo sobre su tématica, y aquí únicamente pretendo disponer un pequeño fragmento que considero representativo...


LA LOCURA DEL AÑO 1000

Mucho se ha escrito respecto de los terrores del año 1000. Efectivamente, el milenarismo ha sido objeto de numerosos trabajos que, desde perspectivas metodológicas y conclusiones científi cas diversas, han intentado explicar la realidad o fi cción de aquellos hechos comúnmente
aceptados.

Habitualmente, se piensa que la llegada del año 1000 después del nacimiento de Jesucristo supuso una época de concienciación apocalíptica entre la cristiandad. El cumplimiento de algunas profecías relativas al fin de los tiempos propició este clima de paroxismo e histeria que algunos
han querido ver al hablar de la época. Sin embargo, desde hace algún tiempo, también hay autores que
han adoptado la tesis contraria, es decir, que el paso del año 1000 transitó desapercibido en aquella Europa altomedieval dormida en la oscuridad subsiguiente al fin del Imperio romano. 

Esta fue la teoría defendida, poniendo un célebre ejemplo, por José Ortega y Gasset, que en su tesis doctoral pretendió demostrar que el llamado Apocalipsis milenarista es una invención posterior, y tiene más de literario que de histórico, constituyendo, en suma, un engaño comúnmente aceptado. Según la tesis del filósofo español, nada de aquello ocurrió, y la vida siguió fl uyendo sin
pararse a pensar en profecías o malos augurios.

Respecto de la metodología empleada por Ortega y Gasset durante la elaboración de su tesis, cabe hacer multitud de comentarios, ninguno de ellos laudatorio. Efectivamente, apenas consultó documentos de la época, y los pocos que sí lo hizo se limitó a retorcerlos hasta que consiguió
que casaran con las ideas preconcebidas de tranquilidad y fraude que tenía antes de comenzar el trabajo. Por todo ello, aunque sus conclusiones son dignas de mención, por suponer una explicación plausible de lo efectivamente ocurrido, su texto, en sí, no soporta ningún tipo de análisis crítico. 

Esta idea del fin de los tiempos vinculada al milenarismo, que aparece en múltiples obra artísticas de la época, resulta fundamental para entender la mentalidad medieval. Además, Ortega comete un error de bulto, al extrapolar lo sucedido entre las clases bajas a lo que efectivamente ocurrió en cualquier estrato social.

                                        Los cuatro jinetes del apocalipsis en el Beato de Liébana
                                                     


Resulta evidente, sin duda, que el campesinado poco o nada temió la llegada del año 1000, esencialmente porque era bastante complicado que estuvieran al tanto de tal extremo. El pequeño clero rural tampoco se caracterizaba en aquellos momentos por su cultura o estudio de los clásicos, por lo que no pudo ayudar a este conocimiento. Por tanto, dentro de su ignorancia, resulta claro que gran parte de la población no tuvo reacción ninguna a la llegada de la fecha fatídica.

Sin embargo, bien diferente fue la situación entre las élites de la población, y totalmente contraria entre la cúpula papal y, en general, toda la ciudad de Roma, tal y como ha demostrado documentalmente el desaparecido medievalista francés Georges Duby en su libro sobre los terrores del año 1000. Allí sí que hubo paroxismo y episodios de histeria, seguramente alentados y posteriormente aprovechados por el propio papado. A este respecto, resulta imposible abstraerse a la poderosa imagen de Silvestre II, el papa del año 1000, ofi ciando una misa especial en la antigua Basílica de San Pedro situada justo donde hoy está la actual, la noche del 31 de diciembre del año 999. Con las naves de la iglesia atestadas de personas aterrorizadas, que pensaban que la cercanía eclesiástica quizás les ayudase en ese día del fi n del mundo. Y cómo, teatralmente, el papa Silvestre II se postra de rodillas ante el altar justo cuando empiezan a sonar las doce campanadas de la medianoche, y se levanta, grave, cuando estas acaban, diciendo que, merced a su intercesión, Dios ha concedido mil años de vida más a la humanidad. En aquel momento, estaba en la cima de su poder y nada le era imposible.

Resulta ilusorio pensar que no existiera un grado de manipulación por parte del papado para conseguir fines políticos, pero es evidente que los terrores del año 1000 existieron. Y dejaron constancia escrita
en algunas de las crónicas más extrañas que jamás pluma alguna haya redactado. Una de ellas, la más conocida, es la del monje borgoñés Raoul Glaber.

Esta crónica, que describe minuciosamente el clima de histeria que embargó a ciertas clases de la cristiandad en las cercanías del año 1000, nos interesa especialmente por una referencia muy concreta que hace a una anomalía celeste. En un momento dado, y mientras describe las escenas de paroxismo
que se sucedían a su alrededor, Raoul Glaber narra cómo una noch una estrella del cielo, especialmente grande y luminosa, se volvió loca y empezó a moverse por todo el fi rmamento, provocando el terror
entre todos los que vieron aquel signo, interpretado como el fi n de los tiempos. La referencia es muy exacta y no deja lugar a dudas, aunque se diga casi de pasada, más preocupado como estaba el monje borgoñés en referenciar otro tipo de hechos más acorde con el objetivo buscado ben su obra, que no era otro que constatar la misericordia divina por haber permitido al pecador género humano seguir con vida después de la fecha establecida.

No obstante, aunque breve, esa mención a la estrella inteligente aparece, y constituye sin duda todo un oopart plasmado por escrito en una de las obras más importantes de la Edad Media en Europa.

1 comentario:

  1. Leer algún libro no te vendría mal, en especial alguna obra histórica seria. Georges Duby, Jacques Berlioz, Robert Fossier... No hubo terrores del año mil ni existió tal misa de Silvestre. De hecho, Duby hace un exahustivo análisis de Glaber (para desmontar la lectura que hacía Michelet) que evidentemente no conoces.

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