martes, 10 de abril de 2012

La relación entre los universos paralelos y las ruletas de Las Vegas






La historia es, seguramente, falsa. Sin embargo, como si non e vero e ben trovatto, no me resisto jamás a ella. Me encanta, me parece extraordinariamente descriptiva de algo tan difícil de escribir.
Cuenta la leyenda que una noche un físico entró apresuradamente en un casino de Las Vegas. Tenía una enorme sonrisa dibujada en su rostro, la ilusión que pintaba los ojos.
Esa misma tarde había ido al banco y había sacado todos los ahorros de su maldita carrera como científico investigador. Apenas 35000 dólares, se vende barato hoy en día el genio.
Cuando entró en el casino unos cuantos le miraron. Estaba claro que no pegaba con el local, con el ambiente. El traje arrugado, los andares torpes, las gafas de culo de vaso. Pelo recién salido de una entrevista a Einstein. Pero en fin, que estaba en una ciudad donde la gente se casa vestida de Elvis, donde la gente ve todos los días a Elvis, donde la gente sueña que puede soñar.
Así que tampoco era tan raro.
El caso es que aquel físico, que se dedicaba en su vida profesional a explorar la teoría de las supercuerdas, y más concretamente la variante del Multiverso, se dirigió a la oficina de canje en fichas, y cambió todo su dinero. Después se encaminó, decidido, a la ruleta.
Estaba exultante, féliz.
Cuando llegó a la ruleta se abrió paso entre jugadorea amedrentados y curiosos. Una vez que sus manos tocaron el tapete verde decidió que no se echaría atrás.
Apostó el dinero, los 35000 dólares, al número 12.
Todos los que estaban alrededor de la mesa se tensaron, sorprendidos. Muchos habían visto apuestas como esa, incluso mayores. Pero venían de grandes fortunas, de hombres que, saltaba a la vista, consideraban ese dinero calderilla. Pero aquel pobre desgraciado tenía toda la pinta de estar arriesgando su futuro.
Incluso el croupier, un hombre joven, 37 años, moreno y delgado, se dio cuenta de lo que estaba pasando. Señor, le dijo, esa apuesta es muy fuerte, quizá prefiera ir entrando en el juego poco a poco antes de hacer una similar.
Entonces el físico sonrío. Habló de manera atropellada, desacompasada, como si tuviera que explicar algo muy difícil a un mocoso y no gozara de tiempo suficiente para hacerlo.
No me importa, dijo. Tiene que entender, tiene que entenderlo. Aunque pierda aquí y ahora, en este tiempo y este espacio, un yo mío, otro yo mío, exactamente igual salvo que él goza de mayor fortuna, se hará millonario en otro universo de los infinitos que hay. Saldrá de este Casino con la vida resuelta, con tiempo para poder pasar el resto de sus días investigando, trabajando, creando hipótesis demostrables o indemostrables. También habrá un número infinito de yoes que perderán todo, pero se compensarán con mi número infinito de yoes que gozarán de dinero y fama.
El croupier, los ojos muy abiertos, la boca igual, no sabe qué decir.
Así que deje ese dinero donde está.
Asiente, despacio.
Acciona el mecanismo de la ruleta, la bola empieza a girar.
En un número absolutamente infinito de universos ocurre la misma acción al mismo tiempo, si es que el tiempo existe.
En este, en este en conceto, el físico pierde. Y aun así tiene la misma sonrisa boba en la boca, la misma ilusión vana en los ojos.

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